Thursday, March 16, 2006
Cuento
porque estás como ausente...
Pablo Neruda
Iniciar un monólogo es como mirarse en el espejo y saberse tan triste, tan vapuleado por las circunstancias que es difícil no sentir un nudo en la garganta. Querer que todo pase, esperar en silencio que el cuerpo recupere su forma y que los músculos adquieran la fortaleza. Entonces me digo sin que nadie me interrumpa (no hay nadie a mi alrededor): Don’t worry man; hang in there. There will come a moment when all your sacrifices will pay true. Mi rostro decaído demarca los trazos del cansancio, de las decepciones recibidas. Un mal día sin lugar a dudas. Pero el domingo habrá tamal en el ejército. – Moral que el domingo hay tamal –. Aquella frase de la milicia parece viajar por el tiempo. Continúo en mi propia diatriba mientras abro la tapa del inodoro y micciono sobre el agua al compás del sonido que produce un líquido contra otro. Hang in there man. Life is filled with moments that suck, but it is for the good moment that we live for; the moments that are worth living, the forever moments; the forever moments, the forever moments. Aquella frase me queda sonando en la cabeza como un eco mientras camino de mi cuarto a la cocina e introduzco en el microondas un plato de pasta con trozos de langostinos.
The forever moments; the forever moments. Por un instante salgo de mi decaimiento y me quedo mirando el infinito pensando en aquellos momentos que pagan la entrada al estadio. Observo los rostros risueños de mis amigos, la sonrisa de una mujer que aún no conozco, la alegría de mis padres, la celebración de un gol o tan solo el poder respirar el aire sin sentir la presión sobre mis hombros. Los momentos para siempre. Saco la pasta caliente del horno y pruebo un bocado. Tal vez con la comida se me suba el ánimo. Todo tan cerca. La decisión de alejarme de Catalina, la carta de la editorial diciendo que se les hacía interesante mi novela pero que ya tenían otros compromisos adquiridos, el pensar en los trabajos que debía entregar en la universidad al día siguiente, los grandes sacrificios que había hecho y si todo ello valía la pena, porque aún no había comenzado la primera frase y eran las diez de la noche. ¡Cuántas veces en mi vida había estado así! Parado en la noche, apartado de la vida que estaba afuera y que las demás personas sí se daban en vivir. Los momentos para siempre. Pensaba en los largos caracoles que había que tomar para ascender a Monserrate y de cómo en algunas oportunidades, cuando intenté subir corriendo en compañía de un amigo, por instantes parecía morirme. Agachaba mi tronco para sujetar mis rodillas con las manos y tomar aire por algunos segundos; luego, continuaba la subida a un paso acelerado. Así me sentía, como en uno de esos momentos en los que el boxeador piensa en tirar la toalla.
Al tiempo que deglutía los bocados de pasta, pensaba en aquellos momentos para siempre que cada uno de nosotros tiene y se lleva a la tumba. Si tan sólo tuviera tiempo de escribir todo lo que se me viene a la cabeza. No me sirve apuntarlo en el cuaderno y titularlo “Notas literarias”. No me sirve guardarlo en la memoria y después intentar retrotraerlo porque hay tantas ideas que intento guardar que, al final del día, lo único que quiero es liberarme de ellas. Lo mejor en estos casos es sentarse a escribir y punto. Dejar que todo salga expedito y de manera espontánea sin hacer el esfuerzo de pensar qué es lo que uno estaba sintiendo, ya que el sentimiento está vivo y el nudo en la garganta sigue en la garganta al tiempo que mis dedos golpean las teclas. Momentos para siempre, momentos eternos que marcan nuestra vida y que en la mayoría de los casos se asocian con una felicidad extrema; aunque los dolores profundos también se llevan a la tumba. De qué me sirve decir o recordar que leí la obra completa de Kundera en los trenes de Europa durante mis viajes. Dejaba que la noche pasara entre las páginas agradables de una lectura que me producía inmenso placer. Pensar en la mantis y su mundo escapado, en las ilusiones que se fueron y en lo tosco y seco que me volví después de ello. The forever moments.....
Termino mi plato de pasta y camino a mi cuarto en busca de Le rouge et le noir. Me he dado en la tarea de leérlo en francés así entienda tan solo un setenta por ciento, y aunque el empeño ha logrado que ejercite la lengua, pienso que no me siento preparado para hacer el trabajo. Tendré que improvisar. Dejar que mi calidad de sofista se apodere de las teclas y que un tema específico sea la espina dorsal del ensayo. Antes de ello enciendo el televisor. Quiero ver qué tienen que decir las noticias. Ya es muy tarde y no hay ningún noticiero al aire, solo telenovelas que no me interesan. Cambio canales como un desaforado hasta que, de pronto, me acuerdo del canal 78. Es un canal de porno que la fibra óptica de mi televisor toma, pero que se ve borroso. Se llama Hot Net y es uno de los dos canales de cine rojo al que tengo acceso así sea con la imagen deformada. El otro es Venus, al que le corresponde el canal número 99. A veces los observo por las noches. Dejo que las escenas (que en muchos casos tengo que adivinar) se apoderen de la pantalla, mientras busco aquel momento sublime en el que la imagen adquiere, por un instante, una apariencia clara que grabo en mi cabeza para lograr la descarga obligada. Pulso el número 99 y me doy cuenta que están en propagandas. Venus es un canal de hard core puro así como lo es Hot Net, al que últimamente lo han cambiado para hacerlo más comercial. Al principio iniciaron colocando a una de aquellas divas del cine porno en una cama afelpada, a la espera de la llamada de un cliente excitado que se masturba al ver cómo la joven y atractiva mujer se despliega en movimientos sensuales y eróticos, la mayoría de ellos ordenados por el ansioso cliente telefónico, para terminar utilizando el mismo concepto con una pareja o un trío de actores que esperan la llamada de otro cliente. Estas secuencias, que la mayoría de las veces son al aire, se intercalan con los denominados “Spice clips”, en donde sale la mayoría de las veces aquella misma mujer accedida por un galán, que en muchos de los casos es el mismo que ahora está en vivo y en directo, sentado en un sofá, a la espera de que sus admiradores o admiradoras llamen a la pareja que acaban de ver fornicando y que está dispuesta a satisfacer al cliente con todas las posiciones y juegos que éste se imagine. Pulso el número 78 y me encuentro con la imagen de una mujer realizando una felación. La imagen no es indefinida; a pesar de verse en negativo las siluetas de los cuerpos se aprecian con exactitud. El cliente que llamó le está contando en inglés un cuento al hombre al que le están realizando una felación. El cuento por lo poco que escucho es algo parecido a que le pegaba a una mujer cachetadas mientras que ella le realizaba una felación, para luego eyacular en su boca. – Way to go – dice el actor porno, mientras que la sumisa actriz lo sigue excitando.
Yo siento un vacío profundo que me hace cambiar de canal al 35, el TV5 o canal francés, que escucho a menudo, al tiempo en que se acentúa la depresión del día y pienso que si bien no toda forma de pornografía es abominable, a mí, aquella escena que acabo de cambiar, me produce escozor. Apago la televisión y me enviste una disyuntiva. No sé por cual trabajo comenzar. Si por el de Virginia Wolf: analizar en su cuento “Kew Gardens”, cómo se da la perspectiva del mundo subjetivo en relación con el mundo objetivo; o empezar por el de Siglo de Oro, en donde debo exponer y explicar en qué medida Sancho modifica la función que cumple dentro de la obra en la aventura de los molinos de viento; o por el de Literatura española contemporánea, en el cual tengo que hacer un análisis del libro La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset; o bien por el ensayo del libro de Sthendal, Le rouge et le noir, que se pierde en un arrume de libros regados por el suelo de mi cuarto. Prendo el computador. Así siga pensando en Catalina que no me ha llamado y que ya no me llamó, me doy cuenta que debo escribir lo que tengo en la cabeza, lo cual, de cierta manera, me alivia. Apago el celular, y dejo que la noche me consuma.
* Dobrou noc: Buenas noches en lengua checa.